RUMPELSTILZCHEN*

La hija del molinero y Rumpelstilzchen, una ilustración de Walter Crane (1886). Imagen sacada de la Wikipedia

(*según le refirió Holmes a Alicia en el sanatorio sin maravillas, Rumpelstilzchen es el abuelo de Rumpelstilchen. Al parecer con los años al apellido se le cayó la “z”. ¡A saber dónde fue a parar!)

RUMPELSTILZEN UNA VERSIÓN LIBRE DEL CUENTO RECOPILADO POR LOS HERMANOS GRIMM EN KINDER UND HAUSMÄRCHEN (1812)

Había una vez un molinero que era muy pobre pero que tenía una hija muy hermosa. Un día se presentó al rey y le dijo: “Oh majestad, tengo una hija que de la paja hila oro”.  El rey que le gustaba mucho el oro, le agradó el arte de la muchacha y ordenó que le trajesen a la hija del molinero. (Bueno esto cuenta mas o menos la versión de los hermanos Grimm, también que el padre quería casarla con el rey pero cuando le contaba el cuento a mis sobrinos le añadía algo de drama, que el molinero era buena persona pero un tanto vicioso, además un fanfarrón que se jugó a su hija a las cartas y blabla ...)

Ya en palacio, el rey mandó encerrar a la muchacha en una habitación llena de paja hasta el techo entregándole una rueca y ordenándole lo siguiente:  «¡Haz de esta paja oro! Tienes tiempo hasta mañana al amanecer, como no lo hagas morirás y tu padre también.»  (Aquí sazonaba yo otra vez el cuento con elementos melodramáticos haciendo el papel de la muchacha, gritando y llorando, implorando clemencia y desmintiendo por su puesto la fanfarronada del padre, pero claro, en el cuento el drama a la muchacha no le sirve de nada …)

Estando ya la muchacha exhausta de tanta lágrima, pero sobre todo, abatida por tanta injusticia y  creyéndose casi muerta, entonces, de pronto, con un gran estruendo en el techo apareció un duendecillo sonriente que le preguntó en tono malévolo y jocoso:  «Buenas noches heeermoooosa niña ¿qué te pasa que estás tan triste? «Ay!” contestó sollozando la muchacha,  “que como hasta el amanecer no haya hecho de toda esta paja oro el rey mandará matarme, y también a mi padre.» El duendecillo muy pícaro le preguntó entonces:  «¿Tú qué me darías si hago yo ese trabajo por ti?» «Mi collar», dijo sorprendida  la muchacha. Al duendecillo le pareció bien el trueque así que cogió el collar, se sentó a la rueca y schrurrr, schnurrr, schrurrr, hiló tres veces y ya tenía un ovillo de oro hecho. Entonces colocó otro y schnurrr, schrurrr, schnurrr y ya tenía otro. Y así hasta el amanecer. Toda la paja quedó hecha ovillos de oro.

Cuando el rey llegó a la habitación a controlar el trabajo de la hija del molinero se quedó maravillado y de la alegría se puso a gritar como un loco por los pasillos de palacio. (Los gritos son naturalmente míos, es el momento cómico, lo dejo volverse loco para hacerlo algo más humano) Pero el corazón del rey era insaciable por lo que de nuevo ordenó encerrar a la hija del molinero en otra habitación todavía más grande que la de la noche pasada. Entre órdenes y amenazas le dijo: «¡Si aprecias tu vida ya sabes lo que tienes que hacer hasta el amanecer!» La muchacha lloraba otra vez desconsolada pero como ocurrió la noche anterior con un gran estruendo en el techo se le volvió a presentar el enigmático duendecillo diciéndole: «Oh linda niña! ¿Y esta noche que me darás si hago por ti lo que te pide el rey?» «Mi anillo!», le contestó la muchacha.  El duendecillo ni corto ni perezoso se puso a tejer y no paró, schnurrr, schrurrr, schnurrr ,  hasta tener otra vez toda la paja hecha oro.

A la mañana siguiente el rey volvió a ponerse loquito de alegría al ver el trabajo (vamos, más que loco totalmente desquiciado)  pero no teniendo hartura de tanto oro ordenó encerrar de nuevo a la hija del molinero, sí,  en otra habitación llena de paja,  y claro, más grande que la anterior.  Esta vez el rey que era muy negociante, pensando que no iba a encontrar esposa en todo el mundo más rica que esta, le dijo a la muchacha: «Si hasta mañana consigues hacer de toda esta paja oro, entonces te haré mi esposa. » (a mis sobrinos les decía que, bueno, si yo hubiera escrito el cuento, la muchacha se escapaba esta noche con el duendecillo porque la relación entre ambos, aun siendo también comercial , es algo más igualitaria, además el duendecillo se estaba portando bien.  Pero ¡vete tú a saber!, a lo mejor el rey era joven y guapo y ¡claro! eso de que las mujeres se fijan solo en las manos y tal y tal pues como que es otro cuento, que ya les contaré en su momento)  

Cuando la muchacha se quedó una vez más a solas, encerrada en aquella enorme habitación hasta los topes de paja, volvió el duendecillo por tercera vez ¡bumbacatumba! diciéndole: «Tú qué me darías si hago yo ese trabajo por ti?» «No tengo nada más que pueda darte», respondió la muchacha.  El duendecillo sonriente, feliz y en su salsa  le propuso lo siguiente:  «Prométeme que cuando seas reina y tengas tu primer hijo me lo entregarás.» «A saber cómo va a ser posible esto», pensó la hija del molinero y como estaba desesperada le hizo la promesa al duendecillo (total ya se había acostumbrado al maltrato, primero el padre, luego el rey y ahora el duendecillo …)  Éste a su vez ni corto ni perezoso schnurrr, schrurrr, schnurrr, cumplió con su parte del trato.  Y, como prometido, también el rey cumplió con el suyo y se casó con la hermosa hija del molinero, haciendo de ella, así lo relata el cuento, su  reina.

Pasó un año y la reina dio a luz una preciosa niña ( fue un niño pero ¡déjense de alquimias y leches! Como el cuento ahora lo cuento yo pues la reina tendrá lo que yo quiera contar). Al duendecillo ya lo tenía olvidado cuando éste, con un gran porrazcazo en el techo, se presentó de pronto en la habitación diciéndole:  «Bueno y ahora dame lo prometido!» La reina asustada le ofreció todas las riquezas del reino, rogándole que le dejara a su hija pero el duendecillo le respondió:  «No, no cambio a un ser vivo ni por todas las riquezas del mundo!» La reina comenzó a lamentarse y a llorar. El duendecillo, en un momento de debilidad, tuvo compasión con ella y le dijo:  «Tres días tienes, si para entonces sabes mi nombre, entonces podrás quedarte con tu hija.»
 
La reina se quedó en vela toda la noche pensando y recordando todos los nombres que había escuchado hasta entonces. Envió también un paje por todo el reino con el encargo de preguntar y recopilar todos los nombres, antiguos y nuevos. Y así pasado el primer día, el duende volvió y la reina comenzó a decir nombres:  «Melchor, Gaspar, Baltasar ….»  Recitó todos los nombres que conocía pero con cada uno de ellos el duendecillo decía:  «No, ese no es mi nombre.»

El segundo día la reina desesperada envió a más personas del reino a preguntar y recopilar nombres por todas partes para luego por la noche decírselos al duendecillo. Le recitó los nombres más estrambóticos y raros que hubiera escuchado jamás:  «Rippenbiest, Hammelswade o Schnürbein ….» Pero, nada, sin suerte, con cada uno de ellos el duendecillo repetía: «No, ese no es mi nombre.»


Al tercer día, cuando la reina casi había perdido la esperanza, volvió el paje de su viaje y le contó lo siguiente: «No he conseguido encontrar nuevos nombres, mi reina, pero en el camino de vuelta, en medio de la montaña, en un claro del bosque descubrí una pequeña casa, me aproximé sigiloso y sin ser visto pude observar como delante de la casa un duendecillo saltaba sobre una hoguera cantando. Saltaba y saltaba a la pata coja mientras decía: «Hoy horneo el pan, mañana preparo la cerveza y pasado mañana me traigo a la hija de la princesa, sí, sí (es la reina, jajaja, pero me rima mejor hacer de la madre una princesa, a ver, la princesa que se enamoró … a no, que ese será otro cuento),  qué bien que nadie sabe que me llamo  Rumpelstilzchen» (ahora de duendecillo y en mi salsa cantando y saltando como él en alemán:  «ach, wie gut, dass niemand weiß,/dass ich Rumpelstilzchen heiß!ja, ja«) Esta vez fue la reina la que se puso loca de contenta porque por fin sabía el nombre. Poco después se presentó el duendecillo y dijo: «Bueno, mi reina, ¿cómo me llamo?» Y la reina muy seria le preguntó:  «¿Te llamas Kunz?» «No.» «¿Te llamas Heinz ?» «Neee.» «¿Te llamas  Rumpelstilzchen?»»¡Te lo ha dicho el diablo!, ¡te lo ha dicho el diablo!» Gritaba Rumpelstilzchen rabioso como loco por toda la habitación y golpeó en el suelo con la pierna derecha,  con tanto genio  que se hundió hasta la cintura. Completamente furioso se agarró de la pierna izquierda y se partió a si mismo por la mitad y con esto colorín color… ¿se acaba el cuento?

Pues no, lo bueno de los cuentos contados, no leídos, es que cada uno los cuenta como le da la gana.  Así que el cuento en mi versión sigue de la siguiente manera: «El genio de Rumpelstilzchen al partirse en dos de pronto saltó a la princesita que estaba sonriente en la cuna. Y cuenta la leyenda que desde entonces el duendecillo salta cuando le da la gana con su genio al corazón de algunas niñas y niños para enrabietarlos pero también para sacarlos de algún aprieto haciendo cosas geniales. Y ahora sí, colorín, colorado …

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