Luna llena: ich wünsche dir …

Stift Neuburg, Heidelberg

El viernes pasado tuvimos la primera fiesta flamenca, dos horas con un cataor que se acompañaba así mismo con la guitarra y nosotras, algunas alumnas de la escuela, las que pudimos estar en el evento, acompañadas de nuestra profesora, bailando a ritmo de tango y bulería. Después de la inseguridad de los primeros bailes nos fuimos poco a poco soltando los moños para terminar improvisando sin tantos reparos lo que a cada una de nosotras le nacía del cuerpo, al compás o no, eso es lo hermoso, atreverse a bailar, a improvisar aún a sabiendas de que de entrada o salida no siempre llevas el ritmo que desearías pero no por eso vas a dejar de bailar. Yo, desde luego, en estos menesteres me aplico la paciencia que dicen que es la madre de la ciencia y para mí que, no sólo; el cuerpo si se le trata con amor también aprende.

¿Y por qué cuento todo esto? Pues porque después de esas dos horas de música y taconeo salí de allí alegre y suave como un guante, no iba flotando por los aires pero me faltó poco. Ligereza que no impidió que se me escapase el tranvía, justo delante de mis narices. A esas horas no pasa con tanta frecuencia y como tenía que esperar veinte minutos al próximo decidí acercarme a una estación de tren que está a cinco minutos pensando que allí encontraría alternativa y si no, pues al menos, mientras hacía tiempo, me habría dado un paseo.

Me ocurre, a veces, en las estaciones de tren, en los aeropuertos, aún conociendo el terreno, sin saber cómo, voy a parar en una especie de laberinto del que luego salgo, hasta ahora, felizmente. La primera vez que me pasó algo así fue hace ya bastante años, viniendo de un vuelo desde Barcelona, después de haber pasado toda la noche allí en el aeropuerto sin pegar ojo. Fue en el aeropuerto de Frankfurt, que es casi tan grande como una pequeña ciudad. Posiblemente fuera debido a la emoción y al cansancio porque, lo dicho, conozco ese aeropuerto; desde allí he volado muchas veces, de otra manera no me explico cómo pude perder la orientación aquel día. Fuera como fuese, el caso es que tal fue mi desconcierto que cuando por fin salí de aquel laberinto de terminales, salas y pasillos interminables … me equivoqué de tren y tomé uno que, aunque me llevaba a mi destino, no era para el que había sacado el billete, y de no haber sido por la amabilidad de la revisora me hubiese costado una multa, además de tener que comprar de nuevo el viaje. La buena mujer al verme cargada con mi maleta y el transportín con Felix, tan pequeñito como estaba entonces, hizo la vista gorda. En fin, que en aquella ocasión lo pasé fatal pero llegué, aunque exhausta, felizmente a mis destino, con mi maleta y mi gatito, él era la primera vez que volaba y por eso yo también estaba muy nerviosa. Desde entonces han sido muchas mis idas y venidas, mis laberintos y mis viajes, mis aprendizajes.

¿Y por qué cuento todo esto? Pues porque el viernes, de camino a la estación, después de haber perdido el tranvía, volví a entrar en uno de esos laberintos y en lugar de llegar a la estación de tren como me proponía, en la oscuridad de la noche me equivoqué de bocacalle y salí por otro sitio que me llevó para mi sorpresa directamente a otra calle que llevaba de vuelta a la parada del tranvía.

Acepté que mis pies me recondujeran otra vez al mismo sitio, mi cabeza, al parecer, estaba en otra parte, en la luna, la luna llena, y al llegar a la pequeña plaza donde se encontraba la parada, escuché los alaridos de alguien, salían justamente de un callejón estrecho y oscuro que se encontraba justo enfrente, a pocos metros de la parada. Ya luego, desde allí, logré ver como dos mujeres y un hombre se encontraban en el diminuto callejón. Era una mujer la que se desgañitaba la garganta. No entendí qué es lo que gritaba porque era en turco lo que decía, pero no era necesario entender para darse cuenta de que la situación era por los alaridos violenta. La otra mujer intentaba sacar a la que gritaba de allí, el hombre, alto y corpulento, no se sabia si atacaba o se defendía. Fue nada, me parecieron segundos, por fin salió de una casa que se encontraba en el callejón, la que deduje sería la madre del hombre, ella también alta y corpulenta, y entre gritos y empujones hizo que la mujer que gritaba se dirigiera con la otra a la plaza donde, supe seguidamente, tenían aparcados los coches. El hombre, entonces, resguardado por la figura materna, gritó a su vez desde la distancia a las dos mujeres. El vocerío se confundía. Por un momento pensé en la necesidad de llamar a la policía pero la mujer, que no había parado en ningún momento de gritar, quiso volver al callejón y lo hubiera hecho de no ser por la otra mujer, la que la acompañaba, que la retuvo durante un instante.

En ese mismo momento crucé las vías y fui a donde estaban, quise ayudarlas; habían aparcado los coches en mitad de la placetuella y me acerqué a la mujer que seguía voceando al tipo. Le pregunté que qué es lo que había ocurrido, intentaba calmarla, pero ella, a gritos, me respondió en alemán que llevaba soportando cinco años de maltrato, ella y su hijo, no paraba de gritar, en fin, que le pegaba, que la despertaba por las noches para golpearla, que no podía más, y seguía desgañitándose, tan fuerte que los gritos retumbaban en la Luna, esa Luna que desde allí se veía redonda y grande, herida en el cielo, pero nadie salió de su casa

La mujer estaba sufriendo un ataque de nervios, estaba fuera de sí, quería volver a donde se encontraba el padre de su hijo con su madre, a aquel callejón si salida, y berreaba que lo iba a matar, le dije entonces, que lo denunciase pero que no se hiciese ella así misma más daño, que no tenía sentido, mientras tanto, el hombre, allí esperando detrás de su madre y la otra mujer, descompuesta, sin saber qué hacer. Yo he estado así también un año, decía.

Quizás porque dos horas de baile no te pasan por el cuerpo como si nada, el caso es que a pesar de tremendo estrés y yo estaba tranquila y me abracé a la mujer pues en ese momento sentí compasión, sentí su dolor y quise consolarla. Ella, entonces, se ablandó en mis brazos y abrazada a mi también rompió a llorar, fue como si ese dolor inmenso y violento se despedazara dentro de ella, unas lágrimas enormes le corrían por la cara desencajada. La sostuve en mis brazos, por unos momentos, luego logré que subiera al coche pero una vez dentro otra vez le sobrevino la locura, otra vez quería salir e ir a matarlo, estaba fuera de sí, era puro llanto y alaridos. Le dije a la amiga, supe que era su hermana, que en ese estado ella no podía conducir, le pedí que por favor se la llevase de allí, que la llevase a un sitio donde se calmara, o que mejor la llevas al hospital, o a su casa, lejos de aquel hombre, que la observaba desde lejos, crecido. Me hizo caso y se la llevó. Eran dos mujeres jóvenes. El tipo y la madre volvieron a su casa y yo a la parada, en ese mismo momento llegó mi tranvía.

Ich wünsche dir, mir doch, una vida sin violencia

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Unheilig – Ein Großes Leben

Mi Padre, mi espina dorsal

El Veleta y la Virgen de las Nieves

Leía no ha mucho que vivimos en una sociedad sin padre, una sociedad en la que los individuos están tan apegados al reconocimiento y la atención de los demás que han perdido casi la capacidad de sentirse a sí mismos. Ya no confiamos nuestra propia intuición y por eso no nos atrevemos a arriesgar en nada, ni en la economía, ni en la política, ni en la vida social o personal. Arriesgar significa ponernos en una posición en la que podemos ser atacados, en una posición así, somos vulnerables y claro, es que además nos podría ir mal, podríamos fracasar. Aquello de más vale un pájaro en mano que ciento volando nos mantiene seguros en nuestro puesto, seguros y calentitos sobre el mullido nido de nuestro conformismo.

He estado pensando en mí a ese respecto y la verdad es que no soy una persona, creo, de la que se pueda decir que sea conformista; sé conformarme con lo que hay pero no soy conformista, he emprendido tantas cosas y he fracasado tantas veces que ya ni quiero llevar la cuenta, a veces me he sentido como Anthony Quinn en el papel de Alexis Zorbas bailando y celebrando la vida, el fracaso y la muerte y otra cosa mariposa. No me quiero quejar, soy muy consciente de que la vida también me ha tratado bien, sin duda he tenido mis pequeños éxitos y mucho amor, hoy sé que soy en muchos sentidos una privilegiada. Pero, ciertamente, hubo en tiempo, no ha mucho, en el que me sentí tan fracasada que el miedo, el pánico se apoderó de mí. Fracasada como hija, hermana, fracasada como mujer, como pareja, fracasada como profesional, como ama de casa, como amiga, fracasada en mi vocación, fracasada ante mí y ante los demás, fracasada hasta ante dios y lo escribo en pequeño porque cuando te sientes así no puedes percibirlo de otra manera.

Ciertamente, por aquella época, a mi ego, a mi corazón le dieron un par de puñaladas y mi falta de experiencia y mi exceso de idealismo hizo el resto del trabajo; me vi como un auténtico ángel caído, una luciferilla de poca monta no digna ni del amor del padre. El padre real, el padre social y hasta el celestial. A eso se le unió entonces, mi miedo a la vejez, no por la vejez en sí, tampoco es que tuviese miedo a la muerte, no era eso, que en eso tengo entrenamiento, aunque bien sé que morir, lo que se dice morir, morimos solo una vez todo lo demás son metáforas y patrañas. No fue la muerte, fue que por primera vez me vi sola en mi interior, en mis adentros, oscura y separada en vida y en la futura muerte de eso que llamamos Amor, sí, Amor con mayúscula. Tenía miedo a no ser capaz de hacer algo con pies y cabeza, alguna cosa de esas de las que consideramos productiva, cosa rara, teniendo en cuenta que prácticamente, salvando los primeros años de la infancia no he dejado de trabajar en mi vida, productiva he sido siempre, tenia miedo a verme en la vejez indigente, ida de la cabeza, abandonada de todo y por todos, sin Amor. Había sufrido muchas crisis personales, pérdidas, desgracias, desencantos, desamores, renuncias obligadas, de mí, a pensar de mi alegría, parecía que volaran despavoridos los sueños y, con todo, hasta ese momento nunca me había abandonado la valentía, siempre me sentí, aún en la catástrofe, segura de mí misma en el mundo. Pero algo vino a mí en aquellos momentos de vulnerabilidad, a robarme o a enseñarme, queriendo o sin querer, ahora eso carece de importancia, el amor a mi padre y con él, mi espina dorsal, mi valentía.

Siempre he mirado el mundo, desde muy chica, con una mirada crítica pero amorosa. Así mismo miré siempre a mi padre, a veces, cuando por mi sentido de armonía y justicia me aliaba a las causas de mi madre, con distancia. Otras, cuando lo miraba a los ojos directamente al corazón, con mucho amor, reconociendo en él un hombre bueno, de una vulnerabilidad y feminidad que a mí me parecía que superaba a la de mi madre. Durante mucho tiempo vi en mi madre mi padre y en mi padre mi madre. A veces, a mi padre, lo he mirado también con rabia, con mirada de incomprensión o reproche pero eso sí, nunca lo he mirado con indiferencia. Además, cuántas veces no me habré visto en él como espejo, en su vulnerabilidad, en sus ojos y en su corazón, en su fuego. De hecho uno de mis grandes sufrimientos ha sido eso, el haber sentido hacia a él algún rechazo porque ese rechazo siempre volvió a mí con un bumerán a cortarme la cabeza, a tocarme el corazón y hacerme sentir culpable porque en mi emociones yo me siento como mi padre, o al menos eso creo. Yo soy carne de su carne. Sin embargo, en mi familia, todos siempre me han comparado con mi madre, no solo porque quizás sea la que se parezca físicamente más a ella sino también por el carácter; mi madre es aire, es, aunque ella y los demás ni se den cuenta, mucha mente y yo, en cierta medida menos pero también, aire que cuando no se canaliza bien, cuando se le somete a mucha presión y no se le deja escape, explota. Criar a siete hijos significa tener que soportar mucha, muchísima presión en casa y fuera de ella, mas si eres un espíritu libre como mi madre, y darte cuenta, ahora hablo por mí, que ya no vas a poder ser madre también, sobre todo cuando lo deseas con todo tu corazón pero el resto de tu cuerpo, la vida, sin que tú sepas el porqué no te responde. En esas circunstancias tan dolorosas para mí, perdí casi el contacto con ese padre interno y la capacidad de sentirme, de confiar en mí misma. No era merecedora. En medio de esa oscuridad, en esa tierra con el corazón en carne viva, sin guía, tuve que ir a buscar y recuperar a mi padre y a mi niña para poder luego reinventarme como mujer. Para ello tuve que abandonarme otra vez casi por completo a los brazos de mi madre y ella me acogió con todo su corazón.

Aunque a mí me comparen con mi madre, por su físico, por su fuerza, por su buen y mal genio, por sus inseguridades yo siempre me he visto hija de mi padre y de mi madre, de los dos tengo algo. Sí, yo también soy mucha tierra, como mi padre, pero en lugar de sentirme tierra fértil como él me sentía entonces un terruño y por un tiempo olvidé lo que me sostenía, y teniendo padre, no lo sentía.

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El Puente Antiguo en Heidelbeg

Ayer paseando con mis amigas, sintiendo el frío, me percataba que amo el frío, que sí, es que además también me siento bien en mí misma y recordaba con ellas, de ahí me ha venido esta mañana toda esta reflexión, que ese amor al frio me viene de mi padre, de cuando era niña, porque mi padre entonces trabajaba en una conocida empresa de productos lácteos en Granada y en invierno los fines de semana subía con un land rover a llevar leche a los hoteles en Sierra Nevada porque con la nieve no podían subir camiones y nosotros subíamos con él también nevando y luego arriba, en Pradollano, en Borreguiles nos maravillábamos de los carámbanos de hielo colgando de los tejados, de las partes traseras de los edificios, enterrados en la nieve. Recordaba eso y las manos cálidas y amorosas de mi padre cuando nos trenzaba el pelo, las manos de su madre, abrochándome el abrigo rojo de lana con cuadros, poniéndome el gorro y la bufanda en una noche de hielos y de invierno en la vega de un pueblo del altiplano granadino. Abrigándome para ir a velar al muerto.

No me canso de aprender de mi padre, de su ejemplo, de su suavidad de carácter, de su alegría, de su buena disposición, de su capacidad de caer y saber levantarse, de su eterna sonrisa, de su bondad, también de sus lágrimas, de su dolor y de su perseverancia. No me había dando cuenta pero mi padre es ese Saturno, no el que devora sino el que siempre se levantó al ser de día para ir a trabajar porque tenía una familia y sueños que alimentar, de él he aprendido a abrirme siempre nuevos caminos, allí donde el fracaso, la nieve y el frío lo borran todos. Es Él, el que me enseñó a ser valiente y arriesgar, a saber fracasar pero también a saber ganar en el intento. Si esta vida no me ha tronchado el ánimo ni las ganas de aprender y de amar es por Ellos. Por mi Padre y mi Madre, abajo y arriba, es por Ellos que siento la vida, no tengo que ser perfecta, aunque en realidad, con todas mis faltas, mis defectos, mis fracasos, lo sea, perfectamente imperfecta, como lo es también el lugar donde me encuentro pues da igual, sí es que da igual el lugar donde me encuentre en este camino que es mi vida, ese lugar siempre será perfecto para atreverme a amar y arriesgar, para ganar o fracasar, para conformarme y no conformarme con lo que hay, para cantar, para bailar, para reír y soñar, para llorar para aprender en cualquier caso.

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Alexis Zorbas – Escena final de la película.

Pájaros en la cabeza

Ziegelhausen – Seva de Oden, ayer oscureciendo

Esta mañana, mientras me preparaba el desayuno, observaba por la ventana como una cantidad inusual de pájaros iban y venían sin cesar a la casita de metal donde todas las mañanas les pongo pipas de girasol peladas, el sol en conserva, costumbre que he convertido en manía, y ya me da igual si es invierno o verano, de igual modo me encargo de que el comedero en la casita esté siempre lleno de pipas. A las ardillas también les gustan.

Han bajado mucho las temperaturas y después de unos días de hielos nocturnos y diurnos con suelos y árboles de cristal, por fin llegó la nieve, que no se lleva el frío pero hace que, al menos toda esa bella atmósfera mortecina y metálica se ilumine, el mundo y los ojos se cubren de un blanco resplandeciente. La nieve hermosea el frío invernal e ilumina hasta la noche pero no le aporta más vida que la que tenía; para las criaturas del bosque no significa más alimento.

Muchos pájaros, con las altas temperaturas de los últimos meses, no emigraron, en el bosque y los jardines se olía a cálido invierno y algunos días, engañosamente, se escuchaba hasta a la primavera venir. Ayer, de mañana, vi por la ventana un pájaro carpintero verde, aquí, a estos «pájaros locos», por su antifaz y bigotera negra, se los conoce también como «los zorros». Los hay también de colorines. Pues bien, «el zorro» en cuestión estaba en una posición que pareciera que estuviese empollando un huevo, posado e hinchado como un globo sobre la tierra arcillosa, que estaba, dicho sea de paso, hecha un terruño de hielo. Me preguntaba si estaría adormecido como un faquir pero soñando picotear alguna lombriz, algún insecto despistado pero ¿qué lombriz, qué caracolillo o insecto se podrán encontrar con estas temperaturas bajo cero? Los pájaros carpinteros no comen pipas pero he visto que se les puede poner unas bolas muy nutritivas con una mezcla de compacta de insectos y auténtica grasa, voy a tener que colgar algunas de estas bolas en algún árbol de por aquí, aunque sé que ellos saben muy bien buscarse la vida, mucho mejor que nosotros.

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Mirlo

Desde que bajaron las temperaturas los que no he vuelto ver venir son a los petirrojos. Son pájaros solitarios pero, sobre todo en invierno, suelen acompañar a los demás pajarillos que acuden en bandada a comer a la casita. Los más abundantes son los herrerillos, con su plumaje azul, verde y amarillo alegran un montón algunas mañanas verdaderamente oscuras, con ellos vienen también algunos pizones, unos pajarillos marrón anaranjado, muy hermosos y muy cantarines. Sé que los petirrojos de invierno emigran de las zonas más nórdicas hasta aquí para pasar el invierno y que los que normalmente pasan el verano por estas tierras se marchan al sur en cuento comienza el frío. ¿Se habrán ido ahora y los del norte no llegaron aún? Espero que sea eso. Llevaba también semanas si ver bajar a los corzos y esta mañana, puntuales con la nieve, he visto que ha bajado hasta aquí una pareja en busca de brotes y se ha escondido entre los arbustos del bosquecillo.

Muy numerosos este año son los mirlos y los trepatroncos, para mi alegría. Aunque los trepatroncos siempre me parecieron unos pajarillos como muy agresivos, en el comedero siempre son los primeros en lanzarse a picotear con su vuelo empicado, los demás esperan hasta que ellos se han saciado. Aunque prefiero eso a que desaparezcan como desaparecieron los mirlos hace algunos años; una plaga casi los borra del mapa y de estos bosques pero se han recuperado y aquí están, dispuestos a alegrar otra vez el bosque con sus maravillosos trinos. Son también muy imitadores de sonidos y dicen, no sé si será cierto, que imitan hasta sonidos propios de móviles.

Hay también bandadas de cuervos, pájaros que son muy inteligentes y muy sociales. Los he visto en grupo expulsar de su espacio aéreo a más de un águila ratonera o al menos eso es lo que me parecía a mí que hacían. Son, además, implacables con los ejemplares del grupo que por alguna razón no se adaptan a él y los expulsan con la misma técnica con la que espantan a las rapaces. Sus primos los arredajos son más solitarios pero también muy astutos, todos los años esconden entre el follaje un montón de nueces, supongo que son parte de sus provisiones para cuando llegan estos fríos. Gracioso es que he observado como alguna ardilla a su vez observaba a alguno de estos elegantes cuervos esconder una nuez para luego ir allí la pillina y robársela .

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Camachuelo común

Esta mañana, mientras enjuagaba unos vasos, miraba por la ventana y he descubierto un nuevo pajarillo, nunca lo había visto, de pancita brillante y naranja y cabeza negra y pequeña con forma, yo diría, por el pico, de periquito, he pensado que seguro que estaba de viaje al sur y aquí encontró hoy desayuno y posada. Lo busqué esta tarde por estos espacios digitales y vi que se trata de un camachuelo macho, dicen que es otro de los cantarines.

Todos los pajarillos que vienen al comedero, pican alguna pipa, se posan sobre uno de los tallos del rosal y se inflan como globitos para aguantar mejor el frío. Y aún así ¿qué harán para no morirse de frío en la noche? Me han dado ganas de abrir la ventana de la cocina y dejar que la casa se llene de pájaros.

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Franz Schubert Winterreise – Ian Bostridge and Julius Drake

Este jueves un relato: «En un abrir y cerrar de ojos, una frase me inspira» (18.01.2024)

Imagen sacada de deshojando relatos

Anoche leí el reto que este jueves nos propone Cecy, agarré el libro que estoy leyendo, lo abrí y sin mirar coloqué mi dedo índice sobre la página. La frase que señaló es la última de mi relato. El libro es El Juego de los abalorios de Hermann Hesse. No os puedo decir la página porque automáticamente traduje la frase y si pensar cerré el libro y no la he vuelto a encontrar.

350 palabras :)))

Todos los relatos participantes los encontraréis en deshojando relatos

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Luna nueva

Era una de esas noches frías de Luna nueva de enero, de esas en las que los ojos necesitan de un buen rato hasta que se adaptan a la oscuridad. Había estado lloviendo todo el día y en el cielo, totalmente nublado, no asomaba ni el atisbo de una estrella pero ella se sabía tan bien el camino que hubiera bajado hasta allí a tientas.

Las bicicletas las habían dejado en un recodo del camino, escondidas entre la maleza, también la ropa, metida en una de esas bolsas completamente impermeables. Bajar con las bicis por la vereda hasta la playa, sin luces, para que nadie los viera no era factible, así que no les quedó mas remedio que hacerlo a pie. Pero lo más difícil no era la bajada, lo peor es que, la noche anterior, una tormenta había arrastrado y amontonado un sinfín de troncos y ramaje a lo largo y ancho de la playa y llegar hasta la orilla a oscuras, sin traspillarse un tobillo entre ese vorágine, resultaba casi imposible.

«¿Pero tú estás segura que tiene que ser aquí?» «Totalmente», le respondió ella. «Agárrate a mi cintura y no te despegues que ahora soy yo la que nos guía.» «Tengo frío» y en ese mismo instante el hombre desnudo dio un traspié y cayo de bruces. «Te has hecho daño?» «Déjame que te ayude». Él se levantó como pudo y recuperó la manta con la que unos momentos antes había intentado arroparse, por suerte no se había hecho nada al caer, entonces, en un desesperado intento de recuperar su decoro, abrazándola por la espalda le susurró implorándole al oído: «María, para por favor, estás tiritando, vamos a dejarlo, no tiene sentido que sigamos adelante, olvidemos el asunto y vivamos la vida sin más. Es demasiado tarde para nosotros y todo esto de la Luna nueva y plantarnos sobre la arena es una auténtica locura. ¿No te das cuenta mi amor? Intentarlo una y otra vez no nos va a salvar de nada, te niegas a aceptarlo pero la ola está ya de camino, algún día nos borrará«.

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Dulce Pontes – Canção do Mar

«Perlas, peldaños y narrativas»

Das.Glas.perlen.spiel.el.juego.de.perlas.de.cristal. . . . . .

Estoy leyendo, no por segunda vez sino por segundo intento, El juego de los Abalorios. Ya comencé a leer esta obra de H. Hesse hace como unos diez años y por aquellos tiempos no parecía que tuviese musa ni para «juegos» ni mucho menos para semejantes «perlas» literarias, los interminables párrafos de la introducción al juego espantan. Ahora la estoy leyendo con algo de musa, sin prisas, libre de agobios y expectativas, y si he de tardar semanas, meses, lo que sea, importa pero no importa, ahora tengo otra noción de mi tiempo. «Zeitlos» es una palabra del alemán que a mí me gusta mucho porque no te atrapa en su significado; la puedes interpretar tanto como «sin tiempo» como por «atemporal» y si te la imaginas gráficamente divida en sus componentes: «Zeit-Los» te sirve de pistoletazo de salida: «Tiempo-Venga». Pues bien, ahora que me he tomado en serio lo que significa vivir despierta los sentidos de esa palabra, el tiempo que sostiene la contradicción, el que pasa por el corazón, sí, precisamente ahora que estoy aprendiendo a convivir con Saturno sin que me devore me llegó de nuevo El juego de los Abalorios, curiosamente, por mediación de un poema de Hesse que traduje hace unos días con la entrada del nuevo año. (Bienvenido 2024!, por aquí ha traído nieves y hielos). Un poema que, dicho sea de paso, aquí es casi tan popular como en la ciudad de mi infancia el «Verde que te quiero verde …» estribillo que ha desarrollado allí (o en mí) la magia de borrar el poema para convertirse en una especie mantra. El poema alemán al que me refiero se titula en el original: «Stufen«, palabra que en nuestra lengua se puede traducir como peldaños, escalones pero también como «etapa«, «paso«, «grado«, «nivel» y en algunos contextos matemáticos como «orden«. Hago hincapié en todos los significados que arrastra la palabra alemana porque la traducimos como «escalones» pero la palabra alemana en el contexto poético no significa solo eso sino que además ese significado en su forma, la palabra «Stufen» es indisoluble al resto de sus significaciones. Si en la vida parece como que cada cosa tuviese su espacio, su tiempo, ahora parece que cada cosa, circunstancia o persona tuviese además un orden, su razón de ser.

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«Stufen» en tarjeta postal

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«En cada comienzo anida un embrujo / que nos protege y que nos ayuda a vivir«

Esos dos versos, que cierran la primera estrofa del poema de Hesse son verdaderamente tan populares que hasta Agela Merkel los convirtió en mantra en uno de los primeros encuentros oficiales que tuvo con Emmanuel Macron. Verán, durante la primera visita a Alemania del presidente francés, muchos alemanes, mirones, morbosos, divertidos lo recibieron con fervorosa curiosidad, cosa que sorprendió mucho al recién orneado presidente de los franceses. Ni corta ni perezosa, la famosa ex canciller le soltó a su vez los dos famosos versos «Und jedem Afang wohnt ein Zauber inne …» . Lo dicho, que «Peldaños«, por estas tierras, es un poema archiconocido y al traducirlo, al fisgonear un poquito sobre su génesis, descubrí, para mi sorpresa, que se encuentra incluido en El juego de los abalorios, concretamente en su segunda parte, parte que, claro está, no llegué a leer en su día. Es unos de los «poemas de alumnos y estudiantes» recopilados en los escritos que, según el narrador, nos dejó el protagonista de la novela, el Magister Ludi Josef Knecht. Este detalle, unido a que el poema parece jugar un papel sustancial en la novela, despertó mi curiosidad y fue por eso que hace unos días inicié mi segundo intento de leer las más de seiscientas páginas de palabras escritas, sentidas, del tirón, casi sin puntos ni comas, sentidas, casi sin respirar, o al menos así se leen los primeros capítulos en alemán, selváticos, porque te tienes que abrir camino por ellos con la mente como si fuera un machete y eso es entretenido pero laborioso. El caso es que conforme se avanza en la lectura, al menos, eso me está ocurriendo, machetazo a machetazo, le vas encontrado sentido. Sin embargo, cuidado con «aquellos sentidos» y los «propios sentidos» porque si a lo orgánico le añadimos que las apariencias engañan tendríamos que afirmar que aunque nos parezca que abandonamos la selva, sin embargo, pudiera ser que no, aquel «Lobo estepario» leído en su contexto, el de la cultura alemana, y en original tampoco me resultó tan simpático. Voy a poner un ejemplo de lo que digo pero referido a El juego de los abalorios: el héroe, el protagonista, el gran Magister Ludi Josef Knecht, tiene un apellido que en alemán es de lo más significativo porque «Knecht»significa, «mozo», «criado» y es sinónimo además de «esclavo», un apellido que nada tiene de excelso. Leo los comienzos donde se relata la vida del Magister y no puedo dejar de pensar en el internado, institución en el que se desarrolla gran parte de la historia que Hesse relata en «Bajo la rueda«, novela que tiene una gran carga autobiográfica y que recuerdo bien por ser la última que he leído. Si la han leído, recuerden cómo terminó Hans Giebenrath, el niño prodigio. Si son curiosos, investiguen. Ahí lo dejo, que cada cual haga su lectura y su idea.

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La Selva de Oden, enero 2024

Realmente, ahora, a la retrospectiva pienso y no sé por qué selvas andaría yo entonces, o de qué tendría entonces llena o vacía la cabeza (por aquellos entonces de poesía;) porque El juego de los abalorios me está resultando una lectura la mar de sustanciosa y para una muestra aquí os comparto no un botón sino una de esas perlas que me han parecido especialmente interesantes y la he traducido. A mí me ha parece que el narrador habla de lo que hoy «modernamente» se conoce en historia como «narrativa» o «narrativas».

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Esa última afirmación: «Donde hay una obra al historiador no le queda otra que sintetizarla junto con la vida de su creador como si fueran las dos mitades inseparables de una unidad viva» me parece más que significativa, sobre todo pensando en cómo Hesse «ficciona» en sus obras, temáticas de su propia experiencia vital. En mi cabeza otra vez me viene «Bajo la rueda» y no, a él no lo reconocemos en el bueno de Hans Giebenrath, ni siquiera como alter ego.

Pero volvamos para terminar al poema Escalones y su relación con El juego de los abalorios. En este primer capítulo, donde se nos describe los inicios de la vocación del protagonista, poco después del fragmento que he citado, el narrador en el papel de historiador biógrafo, hace referencia a la escalera como metáfora de vida:

Aquí dejo mis reflexiones sobre lo leído, pensando me quedo sobre la realidad de esta causalidad, este orden necesario que al parecer la vida nos impone y no puedo dejar de pensar sin rebelarme en el significado del apellido del Magister Ludi. Ese «Zeit.los» o un personaje a lo Don Quijote parecen seguir siendo salidas.

Sigo leyendo ;)))

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Glasperlenspiel – Geiles Leben

Este jueves un relato: «Rastros de una existencia» (11.01.2024)

Imagen Neogeminis

Esta semana dirige la Convocatoria Juevera Neo, que nos propone dejar volar la imaginación a partir de alguna de las imágenes que nos da a escoger. Me ha llamado la atención la imagen con la escalera de peldaños desgastados. El tema va de eso, del desgaste que provoca el paso del tiempo. Pero si queréis saber más al respecto no tenéis mas que ir a allí.

350 palabras

Los enlaces a los textos de todos los participantes los encontraréis en Neogeminis.

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Imagen 7

Fue mi abuelo quien construyó esta casa. Un hombre valiente pues la gran crisis financiera mundial y los enredos políticos de la República de Weimar no fueron obstáculo para él a la hora de embarcarse en la empresa de construir. Porque sí, cuando todo parecía ser destrucción, mi abuelo Otto se arriesgó a ir a contracorriente y levantó no solo la vivienda familiar a la que pertenece esta escalera que veis sino también, en su planta baja el salón de té, cafetería y confitería Wölfenbüttel, negocio que estuvo en manos de mi familia durante décadas. Mi abuelo nació en Stuttgart en 1905 y fue durante los felices años veinte, con los mejores pasteleros de Viena, Berlín y Niza, que aprendió el arte de hacer pasteles. Tuvo la suerte de culminar su estudio y hacer su maestría con el mejor confitero de su tiempo, el famoso B. Lambert, una eminencia de la dulzura, él fue quien finalmente le enseñó que el arte de la confitería y pastelería solo se alcanza con la belleza, la autenticidad y el uso de los mejores ingredientes.

Cuando murió fueron mis padres los que siguieron con el negocio. A las primeras dificultades, porque tuvieron que endeudarse para poder saldar al resto de los herederos, le siguieron tiempos de auge económico. ¿Recuerdan la primera crisis del petróleo? Fue entonces que decretaron aquellos domingos libres de coches y a mi madre se le ocurrió la idea de ampliar el negocio haciendo del jardín trasero de la casa una terraza, con tanto éxito que se convirtió en sitio predilecto de estudiantes y enamorados. Entre rosas y juegos de aguas se hacía bebible hasta la propia amargura y no pocos suspiros y besos fueron allí las mejores guindas de toda clase de deleites.

Recuerdos de la infancia que me vienen a la memoria, ahora frente a la vieja escalera, la misma que lleva por el portal al jardín de invierno, hoy mustio y abandonado, se acabaron los cafés y las tartas, se acabaron las tardes de risas con chocolate, el olvido desgastó el alma y la dulzura de esta casa.

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In einer kleinen Konditorei (1929) -Música: Fred Raymond / Letra: Ernst Neubach / Intérprete: Georg Kober

Este jueves un relato: «Los Reyes Magos»[5 de enero / 2024]

Hace ya casi un siglo, sentido al menos, que no participo en el Relato de los jueves pero al leer ayer el tema que nos propone la maravillosa Campirela en seguida me vino a la memoria alguna experiencia de la infancia y no me he podido resistir de participar, muy contenta además de unirme. Toda la información sobre el tema la podréis leer en su blog.

Como de costumbre me he limitado en las dimensiones al reglamento; me encanta destilar recuerdos hasta conseguir ese licor «350Palabras».

La lista con todos los enlaces a los relatos participantes la encontraréis pinchando aquí.

¡Felices Reyes Magos!

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Baltasar

Era una monilla de feria cuando lo vi por primera vez, justo al salir de la casa de la vecina. Me habían llevado allí porque les hacía mucha gracia escucharme hablar en lengua de trapo. “Pompolones” o “supitorio” eran palabras que siempre despertaban las carcajadas, luego me regalaban chucherías y yo, que apenas tenía dientes, tan contenta. Allí estaba mi Rey en la puerta, larguirucho, con una capa con apliques plateados y un turbante. Se presentó como Baltarsar y llevaba un cubo de cinc en la mano.  Se agachó para regalarme una mandarina, era el hijo de la vecina; lo reconocí al mirarle a sus ojos sonrientes, enmarcados en aquella cara extrañamente sonriente y churretosa. Entonces ya supe del teatro de los Magos de Oriente. Por eso no fue ningún trauma para mí cuando mis padres nos dijeron que eran ellos sus «Divinas Majestades» y que no podían satisfacer todos nuestros deseos porque la economía no daba para tantos extras; que eramos como todos los niños, ni malos, ni buenos. Mis padres prefirieron ser honestos y evitarnos desilusiones, también, para nuestra corta edad, semejantes dudas existenciales.

Sin embargo, un año ocurrió algo que aún hoy me parece verdaderamente maravilloso. Llegó la noche del cinco de enero y a la vuelta de la Cabalgata de los Reyes todos nos fuimos contentos  a dormir. Mi cama estaba justo enfrente de la puerta que daba al salón, abierta, justo enfrente también del lugar en el mueble donde mis padres habían escondido los regalos. Me desperté en mitad de la noche y todo estaba oscuro y silencioso. De pronto escuché dos tiros con chispas de petardo, inmediatamente salté de la cama corriendo en busca de la pistola que recibiría mi hermano, ¡alguien la habría cogido! Tardé nada, veloz abrí  la puerta del mueble pero allí estaba todo, también el arma, ¡nadie la había tocado! Tampoco el trozo de carbón dulce que a mí me había echado Baltasar. Comprendí entonces que los Reyes Magos sí existen.  Con el corazón lleno de asombro y de magia volví a la cama y al mundo de los sueños.

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Serrat – Esos locos bajitos

«Peldaños» de Hermann Hesse

Peldaños

«En cada comienzo anida un embrujo / que nos protege y que nos ayuda a vivir.« Estos dos versos pertenecen a un poema de Hermann Hesse de los llamados filosóficos titulado «Stufen» (Peldaños) , aunque originariamente lo tituló «Transcendieren» (Transcender). ¡Qué rápido se me pasó este año pasado! Ayer, por eso y porque estamos ahora al comienzo del nuevo año, que recordé este poema de H. Hesse, aunque más que subir peldaños, este año pasado, me pareció que los bajase, de dos en dos, en algunos momentos, por la rapidez, creo incluso hasta haber bajado deslizándome por la barandilla de la escalera. Pero aquí estamos, quiero decir estoy, o estamos, sí, ya en el descansillo del nuevo comienzo, muy tranquila, con el corazón abierto y un par de proyectos en el bolsillo que me hacen mirar este nuevo año 2024 con ilusión, dispuesta a seguir aprendiendo a bajar o subir peldaños, además, si lo encuentro, desearía hacerlo por el camino del medio, todo sea por cultivarlos y que sigan floreciendo, que sane y florezca con ellos también el corazón, ¡ojalá!

Aquí abajo, además del poema traducido, dejo traducida también una cita de Nietzsche a la que, según nos sugieren en Wikipedia, parece hacer referencia implícita el poema. Me ha parecido interesante por eso os la comparto. Además añadiría que Nietzsche también, cuando habla de «la libertad de la razón«, hace a su vez un guiño a mi estimado Kant, concretamente a lo que él llama Praktische Freiheit (libertad práctica). En fin, que me fascinan todos estos entresijos, la gran telaraña de la «intertextualidad», de ahí que me vaya por las ramas y pierda un poquito hasta el hilo … o me pierda en estos detalles.

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Jorge Drexler – La Guerrilla de la Concordia

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Escribir es una parte distintiva de mi ser. Siempre acudo a la escritura para salir de la realidad y también para entrar y profundizar en ella. Escribiendo analizo y entiendo mejor la vida y sus persona-jes. Escribiendo me suelto, y recuerdo y fijo las memorias. Por primera vez me decido a mostrar lo que escribo: ideas, historias que tejo, que la gente me deja en su tránsito, o me hace imaginar con su actos o palabras, cosas que recuerdo a medias o apenas intuyo, invenciones, literatura procesada, escenas vividas y soñadas, recuentos de dolor y exilio, de abandono y pérdida, de mucho amor mezclado con todo lo anterior. Ojalá me encuentren, se encuentren un poco, disfruten y estos textos los hagan pensar y sensibilizarse. Gracias por leer-me.

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